Tema del día: el maldito hijo de puta salió a pasear.
Tema del día: el maldito hijo de puta salió a pasear.
Así es.
Cruzó la pista, la avenida, y revisó la hora.
Prendió la luz de su habitación y decidió partir las nueces de un par de casas al despegar
sintió una terrible punzada en el estómago cuando se percató de la naturaleza de aquél día.
Eh.
Pobre hijo de puta mal nacido que sale a pasear,
no sabe que a la vuelta de la esquina lo espera un dolor angustiado
de un par de recuerdos en su haber.
Es que un maldito hijo de puta
desgraciado
fuma y se ríe de la nada mientras los demás
por lo general, viejos hijos de puta también, caen rendidos sobre la pista y el asfalto,
mientras escuchan canciones de Fito Páez como
“Dar es dar” y “Al lado del camino”.
Pobre. El maldito hijo de puta no sabe de otra cosa que no sea risa y desilusión.
Risa y desilusión.
Eh.
Pobre. Cuando lo veo cruzar la pista y sonreírme con un guiño
o una especie de sonrisa retorcida en la cara, me dice
mismo 33.6 Faxmodem: nic nic nic nic, tuuuuuu, pirurí, ah ah ah,
no te quedes ahí parado, hay un montón de gente afuera: esperando entrar.
“No te quedes ahí parada, mi amor” dice el joven enamorado de dieciséis años, que le prometió a su chica el amor eterno y el aburrimiento de noches enteras de pasión y fiebre de sábado por la noche
mientras se derriten mirando MTV por la televisión estratégicamente colocada frente a la cama. Y así pasan los días, llenos de pálido sudor teórico que arrellana en el vestíbulo de Gap,
alguna ciruela: pobre chico de dieciséis años que bordea el borde de las pequeñas bragas de su enamorada, mientras ven imágenes inconclusas por el televisor de su cuarto,
ingenua chica de dieciséis años que no aprendió a decir que NO, tal como se lo enseñó su madre Y el hijo de puta desgraciado
que ahora cruza la pista en sentido contrario
es un maldito hijo de puta desgraciado a quien alguien le debería partir la madre alguna vez, quizá yo -si no fuera un maldito hijo de puta desgraciado también- o quizá tú, o el heladero de la esquina.
El caso es que de pronto, el chico de bordeaba las bragas de su novia se cansó de ver MTV por el televisor de su cuarto, y le tuvo que explicar su chica
durante largos meses de extrema precaución, que él mismo era un maldito hijo de puta desgraciado. Que quizá era el maldito hijo de puta desgraciado que fumaba marihuana en el parque. Siempre lo fue.
Eh.
Pobre.
Que quizá era el maldito hijo de puta desgraciado que conoció el infierno (una habitación cerrada por sus cuatro costados, una cama, y un televisor de 24 pulgadas prendido todo el tiempo) y tal vez era el mismo hijo-de-puta-desgraciado
que estuvo esperando salir de allí.
Fin.
Pronto la tarde acabó. Pronto el ingenuo muchacho se fue. Pronto los cactus cayeron perpendiculares en contra suyo. Pronto cocinó macarrones con queso y fue a ver el partido a casa de un amigo. Pronto se emborrachó en Lima y frecuentó putas.
Fue un maldito desgraciado desde siempre y un canalla. También un escritor maldito y un paria. Pero sobretodo fue un muchacho enamorado y desilusionado del amor. O un ingenuo muchacho de dieciséis años
muy aventurado con esto de volverse loco.
Pero hay que comer mierda antes de tener visiones, hay que ser valientes antes que buenos, hay que saber vivir
antes de aprender a morir, y hay que ser un hijo de puta desgraciado cuando te cambian intempestivamente de conversación, pero vamos: hijo, joder...
Hay que tener agallas, hay llorar como niños, hay que vivirlo para entender...
Pero antes: un montón de cosas: un millón: mil cuatrocientas setenta y cuatro cositas por aquí -un cigarrillo en la boca, un libro muerto de pena- cualquier cosa con tal de ver al gato limpiándose las uñas
con delicadeza.
Eh.
Pobre.
Es un hijo de puta también.
Así es.
Cruzó la pista, la avenida, y revisó la hora.
Prendió la luz de su habitación y decidió partir las nueces de un par de casas al despegar
sintió una terrible punzada en el estómago cuando se percató de la naturaleza de aquél día.
Eh.
Pobre hijo de puta mal nacido que sale a pasear,
no sabe que a la vuelta de la esquina lo espera un dolor angustiado
de un par de recuerdos en su haber.
Es que un maldito hijo de puta
desgraciado
fuma y se ríe de la nada mientras los demás
por lo general, viejos hijos de puta también, caen rendidos sobre la pista y el asfalto,
mientras escuchan canciones de Fito Páez como
“Dar es dar” y “Al lado del camino”.
Pobre. El maldito hijo de puta no sabe de otra cosa que no sea risa y desilusión.
Risa y desilusión.
Eh.
Pobre. Cuando lo veo cruzar la pista y sonreírme con un guiño
o una especie de sonrisa retorcida en la cara, me dice
mismo 33.6 Faxmodem: nic nic nic nic, tuuuuuu, pirurí, ah ah ah,
no te quedes ahí parado, hay un montón de gente afuera: esperando entrar.
“No te quedes ahí parada, mi amor” dice el joven enamorado de dieciséis años, que le prometió a su chica el amor eterno y el aburrimiento de noches enteras de pasión y fiebre de sábado por la noche
mientras se derriten mirando MTV por la televisión estratégicamente colocada frente a la cama. Y así pasan los días, llenos de pálido sudor teórico que arrellana en el vestíbulo de Gap,
alguna ciruela: pobre chico de dieciséis años que bordea el borde de las pequeñas bragas de su enamorada, mientras ven imágenes inconclusas por el televisor de su cuarto,
ingenua chica de dieciséis años que no aprendió a decir que NO, tal como se lo enseñó su madre Y el hijo de puta desgraciado
que ahora cruza la pista en sentido contrario
es un maldito hijo de puta desgraciado a quien alguien le debería partir la madre alguna vez, quizá yo -si no fuera un maldito hijo de puta desgraciado también- o quizá tú, o el heladero de la esquina.
El caso es que de pronto, el chico de bordeaba las bragas de su novia se cansó de ver MTV por el televisor de su cuarto, y le tuvo que explicar su chica
durante largos meses de extrema precaución, que él mismo era un maldito hijo de puta desgraciado. Que quizá era el maldito hijo de puta desgraciado que fumaba marihuana en el parque. Siempre lo fue.
Eh.
Pobre.
Que quizá era el maldito hijo de puta desgraciado que conoció el infierno (una habitación cerrada por sus cuatro costados, una cama, y un televisor de 24 pulgadas prendido todo el tiempo) y tal vez era el mismo hijo-de-puta-desgraciado
que estuvo esperando salir de allí.
Fin.
Pronto la tarde acabó. Pronto el ingenuo muchacho se fue. Pronto los cactus cayeron perpendiculares en contra suyo. Pronto cocinó macarrones con queso y fue a ver el partido a casa de un amigo. Pronto se emborrachó en Lima y frecuentó putas.
Fue un maldito desgraciado desde siempre y un canalla. También un escritor maldito y un paria. Pero sobretodo fue un muchacho enamorado y desilusionado del amor. O un ingenuo muchacho de dieciséis años
muy aventurado con esto de volverse loco.
Pero hay que comer mierda antes de tener visiones, hay que ser valientes antes que buenos, hay que saber vivir
antes de aprender a morir, y hay que ser un hijo de puta desgraciado cuando te cambian intempestivamente de conversación, pero vamos: hijo, joder...
Hay que tener agallas, hay llorar como niños, hay que vivirlo para entender...
Pero antes: un montón de cosas: un millón: mil cuatrocientas setenta y cuatro cositas por aquí -un cigarrillo en la boca, un libro muerto de pena- cualquier cosa con tal de ver al gato limpiándose las uñas
con delicadeza.
Eh.
Pobre.
Es un hijo de puta también.
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